martes, 28 de octubre de 2008

¿REPRESENTANDO A INDIA? por Julia Ramírez

Reflejos de la India Contemporánea
La Casa Encendida, Madrid
21 de Octubre del 2008 al 4 de Enero del 2009

La Casa Encendida nos ofrece estos días un aperitivo a lo que será un enorme banquete cultural de muestras sobre India. Y es que no es otro el país invitado por ARCO en este año 2009. José Guirao, director del centro cultural, afirma que Reflejos de la India Contemporánea fue programada antes de conocer la elección de la feria. En cualquier caso, su muestra tiene el valor de ser la primera, y, con agradable sorpresa comprobamos que abre el apetito con rigor intelectual. Y sin ese exotismo pintoresco descendiente del siglo XIX que aún hoy podemos ver muchas veces en los museos, disfrazado de arte multicultural. Luisa Ortínez, comisaria de la exposición, nos presenta sólo a cuatro artistas, abarcando en su obra diferentes medios y temáticas.

Comparten la primera sala N. S. Harsha y Anup Mathew Thomas. Llaman la atención los minuciosos cuadros del primero, realizados en lo que él llama un lenguaje de la “ligereza”, sintético y sencillo. Multitud de figuras conviven en un mismo lienzo, ordenadas bajo un mismo esquema, pero con actitudes individuales que parecen variar hasta el infinito, formando un mosaico casi existencial. En las hermosas fotografías de Thomas detectamos su origen en el fotoperiodismo.

Ello es sintomático del fuerte compromiso de estos artistas con respecto a la realidad, seña de identidad en las exhibiciones organizadas por Ortínez. Si N.S. Harsha dirá que para él el lugar donde hacer política es su estudio, la artista Sheela Gowda saldrá de él buscando materiales cotidianos, sin valor. Al hacerlo, se encontrará con las huellas de diferentes trayectorias humanas, que teñirán su obra de un fuerte contenido social. Un ejemplo es la maravillosa escultura A Blanket and the Sky, llena de lirismo, que fue fabricada con el metal aplastado procedente de bidones de alquitrán que los empleados de la construcción utilizan para construir sus viviendas. Para Gowda, la tragedia no excluye necesariamente la belleza, y si en esta especie de chabola vemos una crítica a la pobreza, hay también una exaltación de la belleza del cielo, que puede contemplarse libremente en la vida al raso.

Este encuentro paradójico se da también en The Lightning Testimonies, del cineasta Amar Kanwar, para el que el arte es una respuesta a la indignación que le produce la violencia, y un medio para comprenderla. Su compleja obra de video-arte que culmina la exposición, es quizás la más impactante. En ella, a través de ocho distintas pantallas se narran historias ocultas de violencia sexual, sucedida en la frontera entre la India y Pakistan. Contrasta la poesía de las imágenes y la crudeza de la narración, que culmina con una exaltación de la dignidad de la mujer, en la que confluyen todas las pantallas.

Las pequeñas dimensiones de la exposición, en las que cada artista está muy brevemente representado, dejan muchas cosas por decir. Intentando quizás paliar esta deficiencia, Ortínez, que fue pionera del video en la España de los 70, ha rodado cuatro excelentes documentales, donde a través de una entrevista a cada uno de los creadores se nos da una idea del contexto cultural en que se mueven, su proceso creativo y, sobre todo, su universo artístico. Numerosas piezas que no han sido expuestas son aquí retratadas, contextualizando las obras vistas físicamente. Este intento de ampliar lo que se visto en las salas se complementa además con un taller dirigido por Sheela Gowda y sendos ciclos de videoarte y cine indios.

La exposición quedaría así como una presentación de cuatro buenos artistas. Pero el título, que hace referencia a la representación de un país que es casi un continente estropea algunas cosas. Gowda, acertadamente, declara que si “puede agitar conceptos preconcebidos y tal vez despertar la curiosidad en los visitantes para que busquen más allá de las obras expuestas” sin embargo “no se puede considerar un reflejo del arte indio”. Desde luego, se exponen pocos artistas para pretender una visión total. Sin embargo, aunque éstos fuesen numerosos, volver a creer en las escuelas nacionales no parece tener sentido en nuestro tiempo. Ni Gowda, ni Kanwar, ni Harsha, ni Mathew Thomas pretenden personificar a su país. Un título más concreto, aunque menos espectacular para agrupar sus obras, sería más riguroso. Y evitaría la sutil sustitución jerárquica del discurso de la disidencia, algo común a todos estos creadores, por la más inofensiva dialéctica de la diferencia cultural.

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