martes, 21 de octubre de 2008

... por Alfredo Aracil

Feminismo es el tópico que suele encabezar la totalidad de los discursos sobre la obra y vida de Nancy Spero. No obstante, tal y como se puede apreciar en las salas del MNCARS dedicadas a esta primera retrospectiva consagrada a la artista norteamericana, el desafío a las esferas encargadas históricamente de producir imágenes y el rechazo a la mediación, al ser representa por los otros, son los impulsos madre que han configurado la obra de esta artista. Y es que, a pesar de lo que haya dicho Baudrillard, las imágenes, al ser hijas de la ciencia, nunca son neutrales por lo que tienen sexo y un pasado –aunque lo desconozcan-. Una situación controvertida que ha convertido a la negación de su status en uno de los principales motores de muchas de las vanguardias norteamericanas del siglo XX, entre las que la obra de Nancy Spero ocupa un lugar paradigmático.

Ahora bien, más allá de la historiografía, a través de este recorrido cronológico hasta la actualidad -compuesto por un total de 178 obras significativas de todos los periodos de su obra-, Disidanzas se yergue ante el espectador como una narración que bien podría ser tildada de neurótica: una historia de no-ficción que abarca a través de imágenes, poesía y activismo político todos los conflictos de nuestro orden social heredado.

La historia de Nancy Spero comienza, como un boicot a la dictadura patriarcal en las artes personificada en el circulo del expresionismo abstracto neoyorkino de los años 50, cuando la artista y su marido, el también pintor Leon Golub, escapan a Paris para dejarse empapar por el espíritu crítico de la revista Tel Quel, publicación por la que por aquel entonces desfilaban nombres como Derrida o Bataille. Y fue precisamente a través del vínculo de estos con el surrealismo, como Spero entró en contacto con la obra de Artaud: personaje clave en su carrera con el compartía un mismo sentimiento de exclusión, un hallarse fuera del límite de lo socialmente construido. De esa época la exposición rescata una serie de obras tituladas Black Paintings. Piezas de carácter expresionista en papel, en las que Spero plasma la soledad y la ansiedad de una vida dedicada al cuidado de los hijos en la que sólo puede trabajar de noche.

Para 1964, la artista vuelve a Nueva York donde encuentra un clima más apropiado para su trabajo. En respuesta al activismo en contra de la guerra del Vietnam, Spero rompe con su aislamiento y realiza las War Paintings: un conjunto de obras concebidas para ser portadas en manifestaciones -que tal vez pierdan un poco de su poder al verse expuestas en marcos-. Se trata de piezas que caminan desde la abstracción hasta una figuración obscena que bebe de los medios de comunicación. Helicópteros, victimas y formas fálicas que nos presentan la guerra como un fenómeno eminentemente masculino.

Por aquel entonces, la artista establece las reglas de una obra fractal, sin evolución teleológica, por la que desde entonces desfila una iconografía de inspiración prediluviana, que va a ser retomada constantemente. Abrazando, ya en los setenta, la teoría feminista como leif motive de su trabajo, Spero convierte, de manera definitiva, el papel en un signo en contra de la masculinidad en el arte, e intenta, a partir de la relectura de Artaud, construir un nuevo lenguaje crítico basado en la desmaterialización de los signos. Sus obras recuerdan a papiros, y están marcados por una fuerte horizontalidad que obliga al espectador a leer a través del ritmo y el silencio, de la imagen y del texto, hasta crear un nuevo alfabeto en el que el cuerpo es el único referente.

Con el comienzo de los ochenta, y hasta la actualidad, su obra se acerca a planteamientos de la instalación, convirtiendo la arquitectura en soporte para una figuración, que tristemente volverá a retomar la guerra como tema para su obra Take No Prisioners. Un último trabajo que evidencia la experiencia de una artista marcada por el debate en torno a la dimensión política que el arte estuvo una vez llamado a ostentar.

No hay comentarios: