martes, 21 de octubre de 2008

DISIDANZAS: EL SEXO BÉLICO por Alejandro Rodríguez

Disidanzas, la retrospectiva más ambiciosa que se realiza de la artista Nancy Spero, nacida en Cleveland (Ohio), muestra la evolución de una de las pioneras del arte feminista desde sus trabajos estudiantiles hasta la última Bienal de Venecia, en 2007.

 

Con esta exposición el Museo Nacional Reina Sofía, en colaboración con el MACBA, nos propone un recorrido por las políticas y las poéticas de las que bebe la artista, mediante una cronología exquisita, en la cual el visitante puede hacerse una idea de las metamorfosis paulatinas de una obra poco conocida por el gran público.

 

El montaje, concebido por la comisaria Rosario Peiró y por el director Manuel Borja-Villel , nos acerca, de forma plástica y a veces aséptica , el mundo interior de Nancy Spero, una mujer comprometida con los grandes movimientos políticos de los años 60 (feminismo, antibelicismo, antirracismo), aderezados con inmensas cuotas líricas de vertiente francesa y diversos mitos pertenecientes a diferentes culturas arcaicas.

 

En las primeras salas se presentan las obras de los años 60, que hablan de Vietnam, de la bomba atómica y de la inevitable masculinidad que las ha producido. Símbolos fálicos, grafías obscenas y máquinas destructoras desfilan ante nuestros ojos a través de un lenguaje heredado de los expresionistas estadounidenses y siempre sobre formato papel, desechando el lienzo como elemento represor masculino frente a las artistas. Con ello Spero intenta deconstruir el tradicional imperativo del hombre-artista, un intento desesperado y poco efectivo si tenemos en cuenta que prácticamente todos los artistas han utilizado el papel como vehículo de expresión.

 

De 1969 a 1972, Nancy Spero da un giro a su obra fijando su mirada en la figura de Antonin Artaud, olvidando momentáneamente el activismo, para componer un homenaje crudo al dolor del poeta con el cual se identifica. Este impasse de reflexión significa un exorcismo, una fuerza primordial del artista frente a sus barreras políticas y sociales, un alegato contra la marginación.

 

A partir de aquí, ya sea en friso o a modo de instalación, las féminas danzantes, los ídolos precolombinos de vaginas abiertas, las gorgonas, las figuras neolíticas, la ropa interior femenina, las cabezas colgadas de un Árbol de Mayo, se suceden como en una espiral poética y mítica, haciendo claras referencias a las antiguas culturas matriarcales, lo cual supone una intención feminista sutil pero incisiva, aprovechando al máximo el mito como eterno elemento comunicador. Nancy Spero también se vuelve más colorista en sus últimas décadas, quizá como una satisfacción ante su paulatino reconocimiento, quizá como una forma de eludir el incipiente maniqueísmo, abandonando su trazo enérgico, incluso la grafía, para evolucionar hacia un activismo preciosista. Por ello, si ha de llegar la guerra mañana que sea con Nancy en la trinchera, susurrando a Mallarmè y a Artaud, arrojando con pasión sus mitos desnudos al cuerpo de los hombres necios.

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