Una fotografía nos sitúa frente a un escaparate antiguo y atiborrado de añejos televisores y aparatos electrónicos descompuestos. Dispuestos allí, pareciera que simplemente aguardan una futura reparación, aunque hay algo más en esta imagen que nos lleva por otras vías de interpretación. El caótico modo en que han sido organizados los artilugios tras el cristal, hacinados en una acumulación compacta, nos permite sentir las huellas del uso; son los protagonistas del abandono. De esa renuncia que se produce con regularidad a causa del progreso, cuando nos deshacemos de aquello que ya no nos sirve, desgastado y decadente. Es una instantánea cotidiana y recurrente, que muchos de nosotros poseemos en el archivo de nuestra memoria. Sin embargo, un peculiar detalle, a la vez inquietante y aclaratorio, nos extirpa esta sensación de conexión con nuestro propio pasado, vemos un reflejo a través del agonizante brillo del escaparate, y en ese preciso instante, entramos en el terreno exclusivo de una persona distinta. Un ajeno que nos remarca allí su presencia, afirmándose testigo y testimonio a la vez, situándonos en su contexto específico y acentuando que esa fotografía forma parte de su registro personal. Esta imagen pertenece a la experiencia de Zoe Leonard y forma parte de su serie Analogue (1998 – 2007).
Este tipo de confidencias son las que nos proporcionan las fotografías de Zoe Leonard. El espectador inquieto se ve conminado a curiosear, a preguntar, a indagar, a intentar ir más allá de la mera superficie de los objetos. Y es de esta misma manera en que el trabajo de la artista ha ido madurando y tomando forma. Concibe la fotografía asociándola estrechamente con un proceso de descubrimiento y esclarecimiento, trabajando progresivamente desde una voluntad o emoción vaga y difusa hasta que recala en un nítido entendimiento de sus instantáneas.
Muestra de este tipo de evolución es el propio desarrollo artístico de Zoe Leonard. Sus primeras fotografías creadas a mediados de los años ochenta, son tomas aéreas que ha realizado subida a aviones o helicópteros, o desde altos tejados parisinos. La visión a vuelo de pájaro, le permitió la observación analítica y simbólica del territorio, así como el estudio de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano. Son fotografías de reconocimiento, de exploración, así como las que realizara Nadar en su primer viaje en globo de 1858 sobre un pequeño pueblo cercano a París. Y en esta contemplación desde lo alto en una búsqueda de orientaciones, se produjo un repentino encuentro que provocó el aterrizaje de la obra de la fotógrafa.
La crisis del SIDA y la muerte de varios compañeros suyos ejercieron una profunda influencia en la dirección que siguió su trabajo. Tomó tierra desde sus altos vuelos para comprometerse en varios colectivos activistas[i], y comenzó a entender la existencia como un espacio de efectos. A principios de los noventa Zoe Leonard se interesó en el cuerpo como objeto científico, buscando romper con la habitual visualización efectuada por los museos. De esta forma continuaba el linaje del arte iniciado por Marcel Duchamp, promulgando una fuerte crítica a los espacios museísticos que exhiben sus trofeos sin atender a la identificación ni a la reflexión. Fotografió modelos anatómicos, artilugios para la medición de la belleza femenina, pieles de animales colgados, o varias tomas desde distintos ángulos de una mujer barbuda preservada asépticamente en una campana de cristal. Imágenes que retratan nuestra negligente postura como civilización. Imágenes que cancelan la visión directa e imprecisa que el museo había impuesto, rompiendo así, la barrera de vidrio para recuperar el diálogo perdido.
La trayectoria de Zoe Leonard podría resumirse en un intento de comprender su propia forma de observar, y en esta exploración logra hallar síntomas de represiones que pueblan el mundo que le rodea. Sus fotografías toman el compromiso de hacer visible al espectador la sensibilidad imperialista y colonialista que contamina todas las facetas de la vida cultural.[ii] Es así como proceden sus imágenes de museos, de trofeos de cacerías, o el poster realizado dentro del colectivo Gang, Read my lips before they are sealed, que reflejaba la imagen de una vagina asumiendo su libertad y emancipación de la mirada masculina, intervención que luego reemprendería para la Documenta IX de 1992.
Strange Fruit (1992 -1997) es una pieza que forma parte de la incursión de Zoe Leonard en el ámbito de la escultura y pertenece también a la conciencia despertada en la artista a raíz de los duros acontecimientos del SIDA. Son diversas frutas, plátanos, limones, naranjas, que han sido masticados y consumidos, y cuyos restos residuales han sido reutilizados para restituirles su forma original, cosiéndolos con una gran minuciosidad manual. Esta labor meticulosa fue comenzada en un retiro solitario en Alaska y está dedicada a la memoria de David Wojnarowicz, un compañero cercano que murió a causa del SIDA. Pero también están consagradas a la memoria en sí misma, a la facultad de recordar, estas simples cáscaras ya no poseen su contenido, son recipientes vacíos y terminarán, indefectiblemente, por descomponerse y desaparecer.[iii] Es un motivo que también está presente en sus fotografías de nidos que parecen estar desamparados y, por lo tanto, destinados a corromperse. Motivos sobre los que gira toda la producción de Zoe Leonard: la fragilidad de la memoria, el paso del tiempo y el olvido de aquello que desaparece.
Sus fotografías también pivotan sobre la idea de la asimilación, adecuación y confrontación frente al mundo. Varias imágenes de árboles que lidian con las vallas que les rodean, colocadas con la intención de salvaguardarlos de posibles ataques. Sin embargo, el propio crecimiento del árbol ha ido generando una contienda con aquel objeto que, en un principio, debía protegerle. Una lucha entre la corteza arbórea, natural, sencilla y espontánea, que se incrusta, rechaza o se metamorfosea con el material metálico, artificial y delimitador de la valla. La artista nuevamente nos retrotrae a las relaciones existentes entre la naturaleza y la artificialidad, como hiciera en sus fotografías aéreas, a los cambios que se producen por la acción humana y la reacción inesperada de la naturaleza.
Este interés por el descubrimiento de la fusión constante y compleja que supone la interrelación de los procesos físicos y sociales, llevó a Zoe Leonard a interesarse por su propio entorno y los cambios que se estaban produciendo en su barrio. Fue un proyecto de gran envergadura que dio como resultado la serie Analogue, el conjunto más ambicioso que la artista ha realizado hasta la fecha. Como varios artistas coetáneos, Zoe Leonard comenzó a descubrir que el Lower East Side, barrio donde vivió durante más de veinte años, estaba en una fase de transformación. Calles que sufrían el abandono de los servicios básicos municipales, negocios tradicionales que se veían abocados al cierre y eran substituidos por otros más rentables, el desalojo de los antiguos residentes para permitir la llegada de personas de clase media que recolonizaran la zona. En definitiva, fue el llamado proceso de gentrificación que llamó la atención de la artista y cuyas fotografías se hacen testimonio de la acelerada mutación que padeció su entorno.
Zoe Leonard observa el presente y entiende el poder que este tiene en la producción de cambios y modificaciones. Fotografía los resquicios que aún mantienen la debilitada memoria, espacios que se aferran firmemente para evitar su desaparición, la cara descuidada de la sociedad que el proceso de gentrificación pretende higienizar, para ceder sus lugares vacíos al maravilloso proyecto de disneyficación de la ciudades. En sus instantáneas no hay personas, aunque sus infinitas huellas las transforman en los auténticos protagonistas. Son personajes extradiegéticos que manipularon los objetos que vemos en las imágenes, abrieron y cerraron cientos de veces las puertas de las tiendas, crearon con esmero los carteles que anuncian descuentos u ofertas especiales.
Y entre estas fotografías de tiendas y artículos para la venta, de repente se intercalan otras tantas que exhiben fardos de ropa de segunda mano, obligándonos a indagar y establecer conexiones. El mismo proceso de descubrimiento que le ha guiado a lo largo de su producción artística, le ha revelado a Zoe Leonard nuevos rumbos que tomaría su serie Analogue. Una ruta que le descubrió las antinomias del mundo actual, que le hizo preguntarse por los prefijos de las palabras dislocación, atemporal, glocal, o anacrónico.[iv] Su proyecto se expandió hacia Uganda, Polonia, y México, con el objeto de seguir la historia y el recorrido de estos fardos de ropa de segunda mano, en un intento de “encontrar la forma para que esa historia se haga visible.”[v] Analogue no sólo es testimonio de los gentrificados distritos de Brooklyn o Manhattan, sino también de la forma en que lo local va perdiendo entidad frente al homogeneizante mercado global.
Un sentimiento de pérdida que también se ve reflejado en la propia materialidad de su trabajo fotográfico: las imágenes de esta serie han sido impresas en un papel que estaba dejando de ser fabricado. Nuevamente, el progreso nos obliga a rechazar y a abandonar. Analogue, así como sucede en todo el corpus fotográfico de Zoe Leonard, también atiende al proceso de la fotografía. La presencia de la artista reflejada en algunas fotografías, transformándose a la vez en objeto y agente, como también ocurría en algunas imágenes parisinas de Atget, “permite la lectura del trabajo como reflexivo, ilustrando sus propias condiciones de creación.”[vi] Pero no es esta la única forma en la que se nos evidencia la materialidad fotográfica, Zoe Leonard, aferrada siempre a la técnica analógica, deja deliberadamente a la vista todas aquellas impurezas que se producen en el tratamiento y revelado de las imágenes, así como también deja visible el borde negro del negativo de cada una de ellas. Un borde que enmarca y encuadra lo observado, aquello de lo que la artista ha sido testigo y de lo que quiere hacernos partícipes, para que afrontemos las fotografías con los mismos cuestionamientos e interrogantes que han sido fundamentales para ella.
Una búsqueda del autorreconocimiento plural que se ve potenciado por el formato de las fotografías que, al renunciar al tan recurrente blow-up, nos otorga la posibilidad de idearnos e identificarnos a través de las imágenes. Analogue es un proyecto que se ha desarrollado en tres diferentes formatos (un libro, una instalación y un portfolio con copias dye transfer), es una selección de cuatrocientas imágenes entre las catorce mil tomadas por la artista. Permite pensar una experiencia con la fotografía que cumple las pautas de la creación de un archivo, pero no hablamos de una mera acumulación polvorienta y desordenada de imágenes, sino de un archivo organizado conscientemente y que está, en términos derrideanos, ineludiblemente relacionado con el futuro. Una exploración de los pasados del porvenir que, negociando con el abandono, nos concede un repertorio de imágenes propias del patrimonio colectivo. Es una visión del mundo que no es insípida ni banal, y sus fotografías son documentos de las grietas y las fisuras que existen detrás de la pérdida. Zoe Leonard busca forjar, a través de la observación, una memoria distinta que le (y nos) permita comprender la ciudad y el mundo.
Natalia Braidot
[i] Formó parte del colectivo Act Up (Aids Coalition to Unleash Power), del grupo feminista WAC (Women’s action coalition) y los colectivos artísticos feministas Gang y Fierce Pussy.
[ii] Martha Rosler, Decoys and Disruptions: Selected Writings, 1975-2001. Cambridge, MIT Press, 2004, p. 191.
[iii] Es interesante la reflexión que, sobre este mismo tema, realizó Sam Taylor Wood en su obra Still Life (2001).
[iv] Terry Smith, “Contemporary Art and Contemporaneity”, en Critical Inquiry nº32, Verano 2006, pp. 681-707.
[v] Zoe Leonard, entrevista con Beth Dungan. Discourse, Primavera 2002, pp. 70-85.
[vi] Rosalind Krauss, “Photography’s Discursive Spaces”, en The Originality of the Avant-Garde and Other Modernist Myths. Cambridge, Mit Press, 1985, p. 144.
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